Cristian C. Bellot | (Micro)Relato XXX: La luz del faro
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(Micro)Relato XXX: La luz del faro

La luz del faro nunca se apagó. No podía. En cuanto las primeras trazas de oscuridad se atrevían a iniciar su invasión de la tierra, la luz se encendía para iluminar el camino de aquellos que aún estaban buscando un lugar al que llamar hogar. No era solo una señal para indicar la costa, sino la guía más necesaria en un mundo perdido. Era la prueba de que, al otro lado del mar, todavía existía un refugio protegido de las sombras que acechaban a las almas abandonadas a su suerte en la hostilidad reinante.

El faro iluminaba con ojos de esperanza. Su luz se reflejaba en el mar para que las olas transportaran sus promesas de paz a los que solo conocían la destrucción. Su luz resplandecía en la noche como un fulgor de unión para todos los que se sintieran separados de la vida. Su luz llamaba a los hijos e hijas dejados atrás.

Sus ciento treinta escalones soportaban el paso del tiempo y la responsabilidad. Cada uno había sido marcado con el nombre de alguien que encontró en la luz su salvación. Ciento treinta que se quedaban cortos para exhibir su importancia para todo el que ya no la buscaba en el firmamento, para el agradecido que nunca permitiría que se apagara.

Pasaron los meses e incluso los años, las estaciones y las peores tormentas que intentaban derrotarlo. Sufrió ataques de quienes querían extender la destrucción del mundo. El faro lo resistió todo apoyado por la fuerza de los que lo querían. El faro no podía perder, no podía morir derrumbado sobre las rocas que el mar golpeaba con martillos de agua. El faro era más que un símbolo. Era un recuerdo de un tiempo mejor y una promesa de un futuro sin penurias. Era lo mejor de todos.

El día que al fin su luz se apagó, fue el día que había cumplido con su promesa, el día que el mundo dejó de necesitarlo. Pero aun así permaneció como la efigie de la salvación, esperando que nunca más fuera necesario.

Photo by Kevin Mueller on Unsplash

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