
31 Oct (Micro)Relato XXVIII: Historia de miedo
—Voy a contaros una historia de miedo.
“El fuego iluminaba la noche cerrada. Las llamas de la hoguera ondeaban con la suave brisa que recorría la planicie. Su calor contrarrestaba con el frío que se había ido posando con la oscuridad. Era un lugar de calma, de absoluta relajación. Un lugar para alejarse de las inquietudes y el estrés del día a día, de la contaminación que mancha los pulmones y te envenena por dentro poco a poco. Solo estaba la naturaleza, el cielo estrellado, los animales durmientes y los de vida nocturna, y ellos.
Un grupo de jóvenes que no buscaban un lugar para emborracharse y dar vía libre a sus más ocultos deseos, sino un espacio de intimidad para asentar aún más su relación de amistad y crear recuerdos a los que regresar cuando fueran mayores, así como generar nuevos vínculos si los anteriores amenazaban con fracturarse. Él, como líder que era del grupo, a tal posición le llevaba su absorbente personalidad, se sentó en la roca más grande de la zona que habían elegido para acampar. Rodeados de las tiendas, y tras haber degustado una cena que no tendría nada que envidiar a la de un buen restaurante, el fuego era un espectador más de la sucesión de historias con las que habían decidido entretenerse.
La de él empezaba en un lugar común, quizá el más común de todas las historias de terror que se narran durante la noche en un lugar apartado. Empezaba en un sitio como ese, una planicie similar, y la protagonizaba una cuadrilla de amigos que, aunque tiraba de tópicos en cuanto a inteligencia, nivel físico y popularidad, no se alejaba mucho de la realidad que lo acompañaba. El grupo ficticio había dejado a uno de los suyos atrás, sin avisarle de su escapada de fin de semana. Un error, por supuesto, siendo este el miembro más leal de todos y el más indispensable para mantener la cohesión y evitar rencillas que pudieran desestabilizarlos. O eso pensó en un principio. Luego, mientras intentaba descubrir dónde estaban, hablando con la gente más cercana a ellos, al menos los que se dignaban a tratar con él, recordó otras situaciones similares de las que no formó parte por omisión. No lo entendía, eran sus amigos, pero estaba claro que intentaban apartarlo.
Lo que se tradujo en una furia hasta ahora desconocida. Él lo daba todo por ellos, los consideraba más importantes que a sí mismo, y a cambio solo pedía un respeto similar. No era tan difícil, cuando es como se supone que deben tratarse los amigos. Aunque quizá ahí radicaba el problema. Quizá nunca lo consideraron tan amigo como él a ellos. Quizá solo utilizaron su bondad para aprovecharse de él. Tal vez, pensó el protagonista de su historia, debería darles una lección que nunca olvidarían.
Encontró su ubicación gracias al hermano de uno ellos, el cual había fumado demasiadas sustancias nocivas para su gusto. Incluso le cedió su camioneta para…”
—Vaya, he perdido el hilo —dijo al oír un sonido rasposo que atrajo su atención—. ¿Por dónde iba?
Sus amigos lo observaban cada uno desde su ubicación, con los ojos muy abiertos, sin pestañear. Estaban atentos a todo lo que decía; él por suerte sí que contaba con buenos amigos que lo respetaban.
—Claro, la camioneta, gracias —dijo, dándose unos golpecitos en la cabeza para reprenderse, tras lo que continuó su relato de miedo bajo las estrellas, no sin antes limpiarle a uno de ellos con un pañuelo el hilo de sangre que salía de su boca.
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