Cristian C. Bellot | (Micro)Relato XXIII: Defensora
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(Micro)Relato XXIII: Defensora

Boqueó con los ojos clavados en el cielo, su espalda sobre el lecho de hierba que crecía en aquel claro del bosque. No podía moverse, no podía apenas respirar. La caída desde decenas de metros de altura, tras un lanzamiento de tantos metros, debería haber sido mortal, un final instantáneo. Pero había sobrevivido. No sabía cómo, aunque tampoco importaba. Era incapaz de mover un solo músculo del cuerpo. Ni siquiera sentía dolor físico, porque el dolor del fracaso era enorme.

Ella era la defensora de la aldea, de su gente. Confiaban en su liderazgo, confiaban en que el bosque seguiría siendo un oasis de paz en un mundo en guerra mientras ella se mantuviera en pie. Nadie pensó que algún día dejaría de estar en pie, que alguien podría vencerla en su hábitat natural, en un terreno que conocía mejor que nadie. Nadie lo pensó pero ocurrió. El bosque estaba ahora en peligro. El bosque iba a arder. El bosque iba a desaparecer. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

El bosque que la había visto nacer, crecer, vivir, ahora también la vería morir. Era cuestión de tiempo que todo muriera.

Intentó alejar los gritos de su cabeza, así como las imágenes horribles que los acompañaban. Saber que no podía hacer nada para ayudar era peor cuando oía el sufrimiento de aquellos que la necesitaban. Haría cualquier cosa por poder levantarse y realizar un último servicio a su gente. Aceptaría una tortura eterna a cambio de salvar a los suyos y a su hogar de tanto dolor.

El viento se despertó, levantando las hojas caídas de los árboles que la acompañaban en su lecho. Formaron un pequeño tornado frente a sus ojos, girando cada vez a más velocidad. Al poco, la velocidad de giro fue tan rápida que emitía un sonido sibilante continuo. Hasta que el tornado explotó. Las hojas se esparcieron de regreso al suelo, pero no todas. Porque frente a ella, las hojas formaban ahora la piel de una figura humanoide sin rostro. La figura se acercó a ella, se agachó a su lado, le acarició la cara.

—¿Quién eres? —logró preguntarle a la figura de hojas.

No tenía voz y, sin embargo, le dio una respuesta. Las hojas se apartaron de su cuerpo y se introdujeron en el de ella a través de la boca. Una tras otra, un chorro de naturaleza, hasta deshacer por completo a la figura. Debería haberse sentido llena, debería haber muerto, de nuevo, sin poder respirar. En cambio, sintió el cuerpo revigorizado. Movió primero una mano, luego un brazo. Se levantó, sin dolor, llena de energía, llena de poder. El espíritu del bosque se había sacrificado para curarla, para darle una oportunidad más. Para defender su hogar.

Photo by Viktor Talashuk on Unsplash

 

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