Cristian C. Bellot | Los 300 días de Dunber. Capítulo 2
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Los 300 días de Dunber. Capítulo 2

2

Infierno desatado

Día 1

Un tallo verde, un fino brote de vida, se abría camino a pocos kilómetros de la ciudad de Dunber a través de los centímetros de nieve acumulados durante los días anteriores en la orilla oriental del Soma, el río que cruzaba el casco urbano de la ciudad de norte a sur. La lógica dictaba que la baja temperatura sufrida debería haber congelado a una hebra natural de tan poco volumen, debería haber sido un rival demasiado fuerte para algo tan frágil. Pero la lógica no era una ciencia exacta e inamovible, y por eso le había permitido resistir frente a una muerte segura.

Otros le habían acompañado, tallos iguales desafiando a la lógica, en ocasiones formando pequeños grupos, en otras separados por distancias inasumibles. Todos ellos vieron el día amanecer con un cielo despejado por efecto de los vientos del oeste, los mismos que deberían haber traído paz y calma pero que en cambio llenaron el ambiente de una tensión estruendosa.

No era un cielo excepcional por esos parajes, lo insólito vino minutos después. Pronto se iluminó con líneas de luz que acababan desintegrándose con rabia cuando no alcanzaban sus objetivos por culpa de una interferencia externa. Antes de que los tallos pudieran entender lo que estaba sucediendo, el cielo volvió a cubrirse de nubes, aunque eran de una composición extraña, además de un gris más triste y desolado, y no auguraban nieves como los días anteriores que acabaran cubriéndolos por completo, ni lluvias que los liberaran de sus envolturas blancas.

Lo que trajeron fue una estampida humana, de hombres y mujeres pertrechados para un combate sangriento, apisonando el terreno con sus botas, avanzando con cierta cautela pero con bastante decisión. De nuevo desafiando a la lógica, el tallo verde evitó sucumbir ante los nuevos agresores, a diferencia de sus hermanos, los cuales perecieron bajo el peso de sus pisadas. Se quedó solo, el único y último superviviente, el único y último espectador de la batalla que había dado inicio a primera hora de la mañana. Y en su entereza plagada de debilidad solo pudo observar.

Contempló a los soldados situarse de forma estratégica, repartidos por el terreno, era de suponer que siguiendo unas directrices preestablecidas. Los contempló aguardando la posición, resguardados tras protecciones naturales, abundantes en la zona, mientras el fuego de artillería volaba sobre sus cabezas como pájaros de fuego para marcarles el camino. Los contempló responder al tardío fuego enemigo que recibieron desde el primero de los dos anillos de fuertes que protegía la región de Dunber, y cubrirse más tarde ante las explosiones lanzadas contra ellos. Contempló con el horror que un tallo podía sentir cómo algunos uniformes cambiaban el gris por un rojo intenso, cercano al negro, y cómo otros uniformes acababan despedazados e incompletos. Contempló el sacrificio de piezas surgido de la mente de un oficial que se hallaba lejos del lugar sin posibilidad de sufrir heridas con la excepción de las que le provocara su propia idiotez. Y a media tarde contempló por el este, sobre la cima de una de las muchas colinas de la región, una luz rojiza y brillante cortando las nubes de humo, anunciando la llegada del gigante de metal.

El suelo no había dejado de retumbar desde el inicio de la ofensiva, poco antes de que se asomaran los primeros rayos de sol, pero en ese instante en la región se sintió como si el gigante fuera el único responsable de los movimientos sísmicos. Era complicado discernir su altura desde el nivel de tierra, más aún rodeados de los restos intangibles del bombardeo que no cesaba. Si bien los más entendidos indicarían que rondaba los treinta metros o incluso los superaba, la mejor descripción que se le podía dar era que estiraba cuellos y abría bocas sin contemplaciones, despertando el asombro de aliados y enemigos por igual.

El gigante, una magnífica obra de ingeniería que recibía el nombre de mecha debido a su concepción mecanizada, intentaba recordar en su forma y sus movimientos a un humano. Caminaba sobre dos piernas articuladas del suficiente grosor como para que su estabilidad no estuviera a cada paso en entredicho, sacrificando velocidad. Sus dos brazos, construidos a semejanza de un brazo humano, eran dos almacenes de proyectiles de diferente tamaño y potencia, con la capacidad de variar la modalidad de disparo, habilitados para convertirlo en una imparable máquina de matar. Y su cabeza simulaba ser la cabina donde se ubicaba el equipo que lo manejaba, el cerebro, pero era simple artificio, una medida de protección extra. En realidad esta se encontraba situada en el pecho, en el corazón, camuflada en el diseño del mecha para no delatar la posición exacta.

A la cabeza del equipo de cuatro personas encargado de su manejo estaba la piloto del mecha, quien se responsabilizaba no solo de su conducción sino también de su arma principal en el brazo derecho, un cañón ametralladora de gran calibre con la capacidad de realizar varios miles de disparos por minuto; las especificaciones exactas se guardaban bajo secreto para evitar que el enemigo pudiera copiar sus diseños, y en caso de que fuera capturado podían activar un protocolo de autodestrucción. La piloto se llamaba Leni Exner, y era cabo del ejército gersiano. Alta, de piel clara, cabello rubio, con mandíbula recta y ojos azules redondeados, era la viva imagen del gersiano de pura raza, del ser superior a sus rivales. Era también la primera y única mujer que había alcanzado el rango de piloto, un honor reservado a unos pocos, limitados en número por la escasez de máquinas, cuyo alto coste de fabricación impedía su construcción en masa. El que pilotaba Leni era de la clase guerrero, la más ágil de todas, diseñado para el ataque y el combate cercano. Solo había tres disponibles en todo el ejército, y a este lo habían bautizado con el agradable nombre de Trituradora, pintado en un lateral con letras rojas desiguales que simulaban ser la sangre de sus enemigos.

Trituradora avanzaba sin pausa hacia el primer anillo de fuertes de Dunber, con el objetivo de derribar el escudo de energía que formaban entre ellos, mientras Leni exhibía una sonrisa en su rostro. Primero porque por fin iba a tener la oportunidad de enviar a los asquerosos fradeses a donde se merecían, lejos de unas tierras que no merecían ser ocupadas por gente de tan poco valor moral y de tan odiosas y corrompidas costumbres; el mundo estaría mejor sin ellos. Y segundo porque siempre había querido ser piloto de mechas, desde que tenía uso de razón, desde que viera un reportaje en la televisión nacional, mucho antes de que empezara la guerra, cuando el enfrentamiento entre Gersia y Fradenia no era más que el temor de unos pocos y el motivo de mofa de otros.

Sus padres, sin embargo, preferían que siguiera sus pasos y se dedicara a la política, y con tal propósito la educaron desde bien pequeña, tratando de alejar de su cabeza cualquier idea relacionada con los gigantes de metal, llegando incluso a prohibir sus imágenes en casa. Pero Leni era de las que, cuando se fijaba un objetivo en su cabeza, no se detenía hasta conseguirlo. Ya de niña, cuando debía estar estudiando filosofía o alguno de los otros temas aburridos que le marcaban sus padres, se pasaba horas y horas viendo videos sobre mechas, ocultándoselo tanto como pudo a sus progenitores. Se tragaba cualquier video, desde los que hablaban sobre los primeros modelos, los que apenas disponían de movilidad y una potencia de fuego muy reducida y concentrada, los que no eran más que cañones glorificados, hasta los actuales, los que se repartían por los diferentes frentes de la guerra, tan escasos que era casi imposible que hubiera dos juntos en un mismo frente, pero tan letales que se convertían en el centro de atención allí donde estuvieran. Su tenacidad acabó por permitirle elegir su propio camino frente a los deseos de sus padres.

Aunque sin duda su mayor obstáculo fue demostrar su valía en un mundo dominado por hombres. Siendo la única mujer de la academia tuvo que redoblar esfuerzos para que su trabajo y sus objetivos se tomaran en serio, para que la trataran como a una igual. Conocía bien la historia: otras lo habían intentado antes que ella, todas fracasando, bien porque no les dejaron o porque no lo soportaron, por lo que se preparó a conciencia. Endureció su carácter, se adaptó a la hostilidad que recibía cada día y respondió con una hostilidad que ninguno de sus compañeros esperaba pero que aceptaron con inesperado respeto, y se centró en exclusiva en su tarea. Se olvidó de trabar amistades y de entablar relaciones que duraran más de una noche de descarga de tensión, a veces tan necesaria; el afecto y el interés por otras personas la habrían apartado de su objetivo final. Su plan era muy claro, directo, y no daba opción a modificaciones; cualquier pequeña variación le habría impedido cumplir con su sueño. No había persona más estricta con Leni que ella misma. Aunque su actitud se trasladara en innumerables motes de mal gusto por parte de sus compañeros, ninguno de los cuales cuajó lo suficiente como para que sustituyera a su nombre, ella no se rindió, aceptó todo lo que le echaran con la cabeza bien alta, y siguió peleando hasta que pudo demostrarles a todos que no había nadie mejor que ella. Al final nadie fue capaz de poner en entredicho lo obvio: ella era la mejor de su promoción y merecía pilotar su propio vehículo; lo contrario más que una injusticia sería una deshonra para el ejército de Gersia, en donde se vanagloriaban de crear a los mejores soldados. Tras superar unas cuantas trabas burocráticas más propiciadas por hombres de otra época con demasiado orgullo, le otorgaron el mando de Trituradora. La ofensiva que se estaba llevando a cabo en Dunber era la muestra definitiva de su valía.

Los disparos que empezó a recibir el gigante de metal en su armazón certificaron lo cercano del anillo de fuertes. El ataque había cogido por sorpresa a los fradeses, como había conjeturado el diseñador de la operación, el general Sailer. La respuesta defensiva había llegado tarde y con limitada potencia de fuego, menos incluso de la esperada. El plan avanzaba según lo previsto. La infantería y el fuego de artillería actuaron de avanzadilla, de cortina de humo, nunca mejor dicho, para mantenerlos ocupados y así facilitar el acercamiento del mecha, quien debía dar el golpe definitivo al escudo de energía. El acercamiento por aire no era el más idóneo, Dunber disponía de baterías antiaéreas (aunque insuficientes para hacer frente a todo el bombardeo de artillería que estaba recibiendo) y su propia flota de aviones de combate, por lo que el objetivo de los aviones que sobrevolaban sus cabezas y se enfrentaban al enemigo entre las nubes de humo era actuar de cebo y reducir aún más la atención sobre Trituradora.

Leni activó el cañón principal y comenzó a descargar ráfagas de disparos sobre un punto concreto del escudo azulado mientras seguía avanzando entre el escarpado y boscoso terreno que servía de protección natural de la ciudad pero que, de forma irónica, impidió a los fradeses obtener una visual clara del avance gersiano. Desde la fortaleza más cercana le llegó una respuesta similar a su ataque, si bien de potencia inferior. A pesar de ello, Leni había aprendido desde el inicio de su formación a no subestimar a sus rivales, aunque fueran fradeses, ni mucho menos a sobreestimar sus propias capacidades; el orgullo gersiano, tan seguro de su superioridad sobre los demás, muchas veces había jugado en su contra.

Trituradora soportó en apariencia sin inmutarse el impacto de un buen número de balas, pero en su interior Leni oyó a sus compañeros maldecir.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó sin perder la concentración—. ¡Mack, Berni! ¡Hablad conmigo!

—Hemos perdido las comunicaciones con el puesto de mando —respondió Berni, el oficial de comunicaciones, sentado a su espalda. Era un mal menor, podían continuar sin recibir información e interrupciones.

—Tampoco disponemos de imagen por satélite y el análisis de los sistemas está dando problemas —respondió Mack, el analista, sentado a su derecha. Este era un mal mucho más importante, les reducía la visión sobre el enemigo.

—Así que hasta que no la recuperemos tengo que disparar a ciegas… Genial. —añadió Voss, el último de sus hombres, el encargado de las armas auxiliares, sentado a su izquierda.

En el interior de la cabina, Leni estaba situada en medio, de pie, ya que requería tanto de brazos como de piernas para pilotar, sujeta con arneses de seguridad para mantenerse en posición, rodeada por tres hombres rubios que parecían clones, todos con idéntica complexión física e idéntico peinado.

—¡Pues arregladlo! —les ordenó Leni, apretando los dientes.

Siguió disparando, golpeando el escudo sin descanso, drenando su energía con cada impacto. Y siguió avanzando, a pesar de que los códigos de actuación le indicaban que debía replegarse hasta recuperar el funcionamiento de todos los sistemas; a ella nunca le pareció que esa fuera una conducta apropiada.

—Estamos en campo abierto, somos un blanco fácil y no disponemos de sistemas de ayuda. Deberíamos retirarnos y esperar a restablecer como mínimo la conexión con el satélite —le sugirió Mack como si le leyera el pensamiento.

—No, toda la operación depende de nosotros, no podemos ponerla en espera. Ni la retirada ni el fracaso son una opción —dijo Leni, repitiendo la sencilla consigna que había oído tantas veces los últimos días; retirada y fracaso eran dos palabras que los gersianos acostumbraban a odiar. Además, las consecuencias de una u otra opción serían nefastas para todos ellos.

Pero cosas del destino, en medio de su conversación recibieron un impacto fuerte que los hizo tambalearse y confirmó las inquietudes de Mack. Leni maniobró los brazos para evitar que el mecha se desplomara y recuperó rápido la estabilidad, al tiempo que recibían un segundo impacto que dejaba a la máquina sobre una rodilla, como una persona dolorida.

—Hemos perdido el cañón cuatro —informó Voss—. Tampoco responde el seis.

—¿Desde dónde nos disparan? —preguntó Leni—. ¿Por qué no han eliminado ese cañón de artillería? ¡Mierda!

Vio un tercer elemento de artillería, algún tipo de misil cuyo modelo no pudo descifrar, atravesando el aire y el humo con furia, aproximándose hacia ellos como un animal hambriento. Con un movimiento de piernas consiguió impulsar al mecha para esquivarlo. Luego maldijo para sí misma al no haber obtenido la ubicación desde la que lo dispararon.

—Volvemos a tener imagen del satélite —anunció Mack.

—Encuentra a ese cabrón —ordenó Leni.

—Será un placer.

Transcurrieron unos segundos de tensa espera, Leni atenta al disparo de un nuevo proyectil, las palmas de sus manos sudando sobre los controles.

—¡Lo tengo! Voss: quince grados norte, a seiscientos metros. Te paso las coordenadas.

—Lo veo.

Voss disparó el cañón cinco, ubicado en el hombro derecho, emitiendo un grito de júbilo. Un misil surgió como un monstruo rabioso, se elevó en el aire para después descender en picado, más allá del escudo de energía, ya en pleno territorio de la región de Dunber, hasta que impactó contra su objetivo y estalló en una nube de fuego.

—Buen disparo, Voss —le felicitó Leni—. Ahora acabemos con esto. Vamos a patearles el culo a los fradeses.

Trituradora recuperó la vertical y retomó el avance. Leni dejó de disparar, lo consideró un gasto de munición inútil, ya no se enfrentaban a una resistencia importante: las armas normales de los soldados no les hacían nada, y con ese último habían eliminado todo fuego de artillería. Alcanzó el escudo de energía sin mayores complicaciones. Plantó las piernas en el suelo, las ajustó, las afianzó, luego tiró el brazo izquierdo hacia atrás y liberó toda su fuerza contra el escudo, asestando un puñetazo tras otro, provocando un festival de chispas con cada impacto.

Poco a poco fue abriendo un hueco en el escudo, de forma literal, fue rompiendo la cohesión de energía que generaba una pared azulada de decenas de metros de altura casi impenetrable. La clave estaba en el casi; nadie podía frenar a un gersiano con un objetivo entre ceja y ceja. Introdujo los brazos en el espacio abierto y estiró con ambos para abrirlo más, como si rajara una tela. El escudo estaba al límite de sus capacidades y no tardó en deshacerse sin dramatismos, liberando su energía al aire.

Al instante recuperaron todos los sistemas, como si hubieran estado esperando a que demostraran su valía, y Leni volvió a sonreír. Trituradora superó el primer anillo de fuertes, dejando que la infantería se ocupara de capturarlos, y avanzó hacia el segundo, el cual suponía un reto mucho mayor, pero no uno que no pudieran superar.

Atrás dejó una ristra de destrucción, muertos de uno y otro bando, la nieve tintándose de colores más sucios.

Atrás, un tallo verde contempló, aplastado y a punto de perecer, al gigante de metal que se alejaba camino a la ciudad de Dunber.

CAPÍTULO 3

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